Como he comentado no hace mucho en redes sociales, ha
fallecido mi abuelo. El pasado 27 de diciembre, por la mañana, nos dejaba Juan
de Mata Usero Poyatos, mi querido abuelo, del que tanto he heredado y al que
tanto quiero. Una de las personas a las que más admiro del mundo, a la que debo
muchas cosas de quién soy hoy día y a la que debo unas palabras de despedida,
antes de que pase demasiado tiempo, ahora que los recuerdos están a flor de
piel y uno tiene las emociones cercanas y vívidas en la memoria. Lo primero,
agradecer a los amigos, familiares, lectores y completos desconocidos, las
muestras de cariño y aprecio, públicas y privadas, que han hecho más llevadera
la situación. Hay gente muy especial que han conseguido arrancarme una sonrisa
en los momentos más duros, y eso se agradece mucho en estas circunstancias.
También asegurar a todos ellos que me encuentro bien, en paz, porque era algo
que ya esperábamos por diversos motivos. Llevaba días grave en el hospital y
tenía 98 años recién cumplidos el pasado 17 de diciembre. 98 años, que se dice
pronto. Tenía ya hasta bisnietas, aunque muchas veces le costaba reconocernos.
Y estuvo en la guerra, en el bando republicano, haciendo zanjas y trincheras en
Madrid… Fue una de las personas más buenas, honestas, tercas, trabajadoras,
cariñosas y brutas (y esto último lo digo con todo el cariño y respeto del
mundo, creedme) que he conocido. Posiblemente a la que más he admirado, y
seguramente de las que más echaré de menos en mi vida. Así que disculpadme si
me pongo algo ñoño en estas líneas. Él lo merece y se me saltan las lágrimas al
recordarle.
Pasó su vida entera trabajando, de sol a sol, hasta que la
edad le pudo a las ganas y las piernas ya no le aguantaban. Luego nos dejó mi
abuela, y ya no volvió a ser lo mismo. Pero la cabeza se me llena de recuerdos,
de historias vividas con él, de anécdotas pasadas de generación en generación,
de su mirada noble, de sus ideales políticos que hemos heredado, por ejemplo,
mi hermano y yo. De la nostalgia que tenía por su pueblo, Cabezarrubias del
Puerto en Ciudad Real, cada vez que estaba lejos de allí. Sus gallinas, su
patio, sus olivos… sobre todo sus olivos, aquellos que ya no podía cuidar, pero
que cuando le llevaban de visita se ponía a podar con 90 años. Y a ver quién se
lo impedía. En el pueblo su rutina suponía levantarse al alba, con las
gallinas, encargarse de sus labores, jugar la partida de truque (un juego de
cartas de mi pueblo que nunca llegué a entender), acostarse y vuelta a empezar.
En Madrid, donde también tenía casa, se marchitaba desde siempre. Nada más
llegar… Era un hombre de campo… de olor a sudor y trabajo, a colonia de
hombres, a camisa limpia, al cariño infinito que tenía por nosotros, sus
nietos. Nunca le vi beber más que una caña de cuando en cuando o similares, ni
le vi fumar jamás, algo que siempre me echaba en cara, aunque sé, porque él me
lo contó, que en sus tiempos en Tetuán, con el servicio militar, fumó. Era
sencillo y humilde, aunque provocarle era tentar a la suerte. No porque fuese
violento, aunque en la posguerra… eran otros tiempos. Era… no convenía apostar
contra él. Hasta mi tío, mientras cerraban su tumba hoy, ha dicho a los
albañiles “Cerradla bien, que Juan de Mata es capaz de salirse si no…”. Un
comentario lleno de cariño para recordar el carácter de un hombre muy especial…
La mejor forma de entenderlo, que os cuente un par de
anécdotas. Por ejemplo, cómo acabó en la guerra. Corría el año 36, y mi abuelo,
con 19 años, estaba en el campo, llevando una mula (creo que era una mula, o un
burro quizá) llevaba la comida y los aperos a su padre en el campo, con su
hermana y mi bisabuela. Pasaban por la vieja estación de tren, que ahora es una
casa rural, y el tren llevaba soldados a Madrid. Él conocía a varios, así que
saludó y charló con ellos, que le dijeron que por qué no se iba a la guerra,
con ellos. Pagaban bien al parecer. Y él no podía. Era demasiado joven, tenía
que llevar las cosas a su padre… “Lo que te pasa es que no tienes cojones”.
Acabáramos. Hasta ahí podíamos llegar. Mi abuelo ató el animal a un árbol, se
subió al tren arrastrando a su hermana hasta que le soltó, que intentaba
sujetarle, y no apareció hasta que todo acabó. No tenía cojones, Juan de Mata.
No. Ay, señor… Luego, como me contaba, con sus antecedentes no le dejaron coger
un arma, y le pusieron en zapadores, a hacer trincheras, donde un médico de su
pueblo le enseñó a leer y escribir. Luego acabó la guerra, y pasó dos años en
el penal de Ocaña, sin saber si le iban a fusilar o no cada mañana, comiendo
sobras, sobreviviendo… Luego de vuelta a casa, tuvo que hacer el servicio
militar en Marruecos, con los Regulares de Tetuán, si no me han contado mal esa
historia, donde tampoco le pusieron las cosas fáciles.
Otra más para la galería. Llevando ovejas a esquilar, con las
patas atadas, un tipo más grande que él le dijo que cómo las llevaba de una en
una, que si no podía con ellas. Que él era capaz de llevar dos a la vez, una en
cada brazo. A 50 o 60 kilos la oveja, ya era peso para asustar a cualquiera.
Pero mi querido abuelo le dijo que si el otro llevaba dos, él era capaz de
llevarlas de tres en tres. ¿Cómo? Fácil, una en cada brazo y la otra con los
dientes, cogiéndola de la cuerda con la boca. Y las llevó. Y ganó la apuesta.
También estaba aquella vez que un señorito se le intentó colar para coger agua
del pilar… y le arrancó la oreja de un bocado, un movimiento que luego Mike
Tyson le copió a mi abuelo… O cuando, con casi 80 años, le dijeron en un bar de
Madrid que estaba mayor, y ni corto ni perezoso me cogió del cinturón y me
levantó en vilo, a mis 16 años y con 75 kilos que pesaba yo… Podéis haceros una
idea del carácter especial de mi abuelo, y por qué decía que era bruto. Y por
qué lo digo con todo el cariño del mundo y con una sonrisa en los labios. Quizá
mis torpes palabras no sirvan para dejarlo claro, pero sentía y siento devoción
por él. Pese a verle los últimos años
Por eso sé que hoy hemos enterrado a una persona tan especial
para mí, que el hueco que deja no podrá ser llenado. Que la nostalgia me
llenará de recuerdos, pero también que he tenido la suerte de tenerle en mi
vida durante más de 35 años, y me alegro por ello. Es una despedida, pero me
quedo con su memoria, con su cariño, con sus frases (blasfemias que no puedo
repetir aquí, por respeto, o aquél “No hay nada más tonto que un obrero de
derechas”). Me quedo con la tristeza de no volver a verle, ni oírle decirme que
era un tío grande, pero me quedo con la calma de saber que le tuve y que siempre
le llevaré conmigo, a donde quiera que vaya. En todo tiempo y lugar, estará
conmigo. No sólo corre por mis venas su sangre, sino que en mí, en todos los
que le conocimos, vive su recuerdo, sus historias, su pequeña leyenda. Hoy
antes del entierro, hemos ido a sus olivos, mi hermano y yo, para coger unas
ramitas con las que enterrarle. Un pedazo de la tierra a la que tanto quería y
de esos árboles por los que sentía ese especial cariño que sólo un hombre de
campo puede sentir. Va por ti abuelo, descansa en paz junto a la abuela, desde
donde puedes ver tus olivos, y sentirlos a tu lado, con la conciencia tranquila
de saber que nosotros no te olvidaremos. Que te llevamos con nosotros. Gracias
de nuevo a todos los que nos habéis deseado lo mejor estos días. Desde aquí
nuestro cariño y especial homenaje a Don Juan de Mata Usero. Eso sí, siendo tan
rojo como era a lo mejor el crucifijo que le han puesto le parece demasiado
grande…