Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Mucho tiempo, quizá
demasiado, y no lo hago para hablar de cine, series, juegos o cualquiera de
nuestras frikadas personales con las que tanto disfrutamos. Esto es algo
personal, algo que llevaba dentro desde hace tiempo, una deuda personal, una
deuda de honor de esas que se te acumulan y no terminas nunca de pagar. Una
deuda familiar y un recuerdo de muchos años. Como casi siempre en esta vida,
estas cosas surgen por azar, por pura casualidad. Llevaba mucho tiempo sin
escribir nada ajeno al trabajo y un cúmulo de pequeñas circunstancias me han
traído a este blog de vuelta y a contaros mi pequeña historia. Por un lado una
nueva amistad, una persona de esas que se cruzan por azar en tu camino y te
recuerdan cosas que no es que estuviesen olvidadas, es que no sabías ni que un
día las pensaste. Así que, si llega a leer esto, millones de gracias por la chispa
necesaria. Por otro lado una canción, un instante de música a solas en mi casa
que me ha traído muchos, muchos recuerdos.
A la hora de escribir estas líneas que por el momento no
tienen demasiado sentido, ha empezado a llover en Madrid, tras varias semanas
con una ola de calor tras otra, el tiempo nos da una pequeña tregua y es
perfecto el momento para lanzarse a divagar. Continúen conmigo un poco más,
sean pacientes. Todo tiene su explicación. Hablaba de la música y una canción
porque tiene su peso y su importancia en esta pequeña historia. Quien no me
conozca demasiado no sabe que, aunque nacido en Madrid, soy de familia del sur.
Mi padre es de un pequeño pueblo muy al sur de Ciudad Real, y mi madre es de
Ronda, en Málaga, y aunque me pueden ver escuchando Metallica o AC/DC
regularmente, por nombrar sólo dos grupos musicales que me encantan, me han
criado con música del sur, sobre todo copla, rumba y sevillanas, y lo guardo
como algo muy mío, parte de mi cultura, de lo que soy y quién soy. Sobre todo
las sevillanas, porque hay un grupo que a día de hoy sigue encantándome y que
escucho regularmente. Sí, puedo pasar de Metallica a las sevillanas sin
despeinarme y disfrutando por igual. Y eso andaba haciendo cuando me encontré o
reencontré, con esta canción de Ecos del Rocío, una gente a la que admiro
profundamente, por su forma de contar historias sencillas, de la calle, a
través de la música, de sus canciones, de sus sevillanas. Con honestidad y
cercanía hablan de los malos tratos, de la homosexualidad, de los estudiantes,
de la anorexia, de los padres, de los hijos, de las drogas, de la inmigración… en
esta ocasión se trataba de Señora, y por lo que sea la canción llegó en el
momento adecuado.
¿Por qué? Porque un recuerdo, un aroma, un calor de otro
tiempo me llegó. La canción es un homenaje a esas mujeres de nuestro pasado que
hoy en día son ancianas, que se echaron este país sobre sus espaldas en una de
sus épocas más oscuras, sufridas y olvidadas. Los años 40, 50 y parte de los 60
en nuestro país, sobre todo en las zonas rurales. Y de repente me golpeó. La
imagen de mi abuela paterna, fallecida hace ya seis años, en la mesa camilla de
la cocina, donde todos nos reuníamos en el pueblo. El brasero bajo la mesa en
invierno, el olor de la habitación, la ropa negra… y también mi abuela materna,
que ya tiene una edad, en la casa de Vallecas, con los bocadillos de atún y los
espaguetis que me hacía de niño, con su acento y su ternura… Y se me nubló la
mirada, como ahora. La deuda que tenemos con esas mujeres no la podremos pagar
nunca. La letra de la canción se te clava a poco que quieras entenderla. Y te
araña. Esas mujeres que vivieron la época de los lavaderos, de “argofifas” y
escaleras, de rodillas encalladas… Otra vida, otro tiempo, otras reglas en las
que no había posibilidad de elegir. Ninguna. La vida te venía dada y la tomabas
como llegaba, por los cuernos. Esas mujeres podrían enseñarnos un par de cosas
sobre lo que es sufrir y luchar en la vida. Sobre lo que es no ser nada para el
mundo y suponerlo todo. Ser el cemento de nuestras vidas, de nuestros padres y
madres. Sin la posibilidad de estudiar. Sin la posibilidad de crecer en muchos
sentidos. Sin lamentarse y quejarse como muchos hacemos hoy cuando nos vienen
mal dadas. Su fuerza, su entrega, su orgullo reflejado en su familia, son
motivo más que suficiente para levantarles un monumento en cada pueblo que
existe. Y las hemos olvidado…
Recuerdo a mi abuela regañándome por no beberme la leche de
cabra en el pueblo. Éramos unos señoritos. Recuerdo mi pueblo, el de mi padre,
los olivares de mis abuelos, la huerta, el corral… apenas recuerdo Ronda por
desgracia. Pero no se me olvida esa frase “tú que siempre te aviaste con los
flecos de un jornal”… Vivían con la mitad de la mitad de lo que muchos tenemos
hoy día, familias enteras, en torno a una mesa camilla y un sentimiento de no
rendirse bajo ninguna circunstancia. Esas mujeres fueron durante años el
cemento de nuestro mundo… ¿0s imagináis qué podrían haber conseguido de tener
la posibilidad de estudiar una carrera? ¿De ser científicas, abogadas,
economistas…? Que ya lo eran a su manera… Y no tenían nada… “Fue su marido y
sus hijos su único capital”. Sentarse a su lado a escuchar las historias de
aquella época, muchas de ellas terribles, pero sin perder nunca la sonrisa, es
una de esas lecciones que todos debemos tomar. Es curioso porque la canción va
dando nombres de mujer y aparecen los de mi abuela y sus cinco hijas (Ana, como
mi madre y mi abuela, María, Josefa, Isabel y Mercedes) y el de mi tía, Pilar,
la hermana de mi padre que murió cuando yo apenas tenía dos años. El de mi
abuela materna, Fulgencia, no aparece porque es de esos nombres de pueblo tan
únicos y peculiares que nunca se te olvidan, pero que no aparecen en canciones.
Su vida no fue la nuestra, esa es nuestra fortuna, pero en
muchos sentidos se lo debemos todo a ellas y su abnegación y humildad. A
quienes lo daban todo pese a no tener nada. Por eso tenía una deuda que pagar,
una enorme que tenemos todos, y de la que yo sólo he dado un pequeño plazo. Completamente insuficiente, pero infinitamente necesario. Os dejo con el vídeo que hizo para la canción una persona en Youtube con maravillosas fotos de la época, y con una foto de mi abuela en familia, la pasada nochevieja, junto a dos de sus hijas, mi hermano, mi padre y mi abuelo. Va por ustedes, señoras. Millones de gracias. Y disculpen el atrevimiento...